Siguiendo con la serie sobre los 'siete pecados capitales de la obesidad', abordamos el papel que cumple la epigenética sobre nuestro riesgo de acumular kilos de más.
En el primero de los 'pecados capitales' de la obesidad, describíamos cómo podíamos adquirir el riesgo de obesidad a través de la herencia genética sobre la que no tenemos control alguno. En el segundo 'pecado' de la serie, abordaremos también otra situación que ocurre en periodos iniciales de nuestras vidas sobre los que poco podemos influir. Nos referimos a los periodos pre, peri y postnatales.
Sabemos que el ambiente (nutricional entre otros) en el que el embrión humano se desarrolla da lugar a cambios que perduran toda la vida tanto en nuestra morfología (apariencia) como en nuestro metabolismo, es decir en lo que técnicamente se conoce como nuestro fenotipo.
La relación entre la 'calidad' de nuestro ambiente intrauterino y el riesgo posterior de enfermedades cardiometabólicas fue popularizada por David Barker al final de la década de los 80 en el Reino Unido. En una serie de estudios epidemiológicos alrededor del mundo, este científico observó que aquellos niños nacidos tanto con bajo como con alto peso para su entorno expresaban décadas más tarde un mayor riesgo de enfermedades cardiovasculares debido a un aumento en sus factores de riesgo, entre los que se encuentran la obesidad.
Estas observaciones están en consonancia con la doctrina aristotélica de que "la virtud consiste en saber dar con el término medio entre dos extremos"; algo con lo que nos hemos encontrado, casi sin excepción, en el campo de la nutrición.
Por encima de la genética
La evidencia actual apunta a que la epigenética es el mecanismo molecular por el que el ambiente de la madre, en su sentido más amplio, puede aumentar el riesgo de obesidad del recién nacido décadas más tarde. Pero, ¿qué es la epigenética? El término viene, como tantos otros relacionados con la biomedicina, del griego y literalmente quiere decir 'por encima de la genética'. Se refiere a los procesos que inducen cambios en la expresión de nuestros genes sin alterar la secuencia de nuestro genoma. La epigenética es esencial para determinar cuándo y dónde se expresan nuestros genes y, por lo tanto, define nuestro fenotipo.
Una manera de simplificar este concepto sería pensar en el genoma de la manera que siempre se nos ha mostrado, es decir como una serie larguísima de letras juntas (ATCG) sin solución de continuidad y que, página tras página, contienen la clave de nuestro código genético.
La epigenética sería el escritor o el editor que, utilizando los elementos de la escritura (acentos, tildes, capitalización, espacios, comas, puntos, paréntesis, exclamaciones, etc.) da sentido y orden a estas letras para que puedan ser leídas e interpretadas correctamente en cada momento.
Todos sabemos que los significados de una frase pueden ser totalmente distintos en función de dónde coloquemos las letras y los signos de puntuación. Con la epigenética ocurre lo mismo: sin cambiar la secuencia del ADN se pueden añadir elementos (conocidos como metilación del ADN, modificación de histonas y microARNs) que pueden cambiar totalmente su expresión y, por lo tanto, su significado.
En resumen, la nutrición y el ambiente en general al que está expuesta la madre actúan como mensajeros para definir el epigenoma del feto con la intención de 'prepararlo' al ambiente que debe esperar tras su nacimiento. Por lo tanto, la prevención de la obesidad comienza con nuestra madre incluso antes de que veamos la luz del día. A este respecto, y desde el punto de vista preventivo, es importante resaltar que el tiempo es importante.
En este caso, la evidencia nos viene de los estudios que se están llevando a cabo en individuos que fueron expuestos durante su periodo fetal a la hambruna que tuvo lugar en Holanda en el invierno del 1944-45.
Aquellos individuos, cuyas madres fueron expuestas a la hambruna durante la concepción o durante el primer trimestre del embarazo, exhiben en el momento actual más obesidad y enfermedad cardiovascular que aquellos cuyas madres fueron expuestas a la hambruna durante el segundo o tercer trimestre.
De ahí la importancia de mantener buenos hábitos alimenticios en todo momento, y especialmente si se planea concebir y durante las primeras semanas del embarazo. Esto incluye también otros hábitos como el consumo de bebidas alcohólicas y el tabaquismo, sobre cuyos efectos en el epigenoma existe evidencia sólida.
Podría parecer que ponemos todo el peso del problema sobre la madre, pero, recientemente este concepto ha cambiado de forma sorprendente con la demostración de que la dieta del padre también influye sobre el riesgo de obesidad de su descendencia. Aunque los detalles están todavía por clarificar, los mecanismos epigenéticos también estarían implicados.
Algunos podrían pensar que, por lo que respecta a la obesidad y a otras enfermedades metabólicas, cuando nacemos está todo dicho y hecho y lo único que podemos hacer esperar a que se desarrollen los acontecimientos.
Sin embargo, al igual que ocurría con el componente genético de la obesidad, también podemos influir a lo largo de nuestra vida sobre el componente epigenético, ya que las modificaciones introducidas en nuestro epigenoma durante nuestra vida fetal son potencialmente reversibles con la adopción de hábitos saludables.
Esto viene a demostrarnos de nuevo que, en la controversia acerca de los orígenes genéticos o ambientales de la obesidad, la solución no está en los extremos, sino en su intersección. En nuestras manos está el prevenir no sólo nuestra propia obesidad, sino también la de nuestros descendientes.
http://www.elmundo.es/elmundosalud/2011/02/17/nutricion/1297944109.html
Angel Alfredo Ramirez Montoya
c.i 18991811
EES
No hay comentarios:
Publicar un comentario